Archivo mensual: noviembre 2013

Tuve un sueño

Hubo una vez que tuve un sueño, pasó hace unos años, era propietario de un restaurante de éxito, trabajábamos bien y mucho, la gente hablaba bien de nuestra empresa y me sentía orgulloso de lo que hacía, mi ego social era alimentado por gente que no volvería a dicho restaurante, pero hablaba muy bien de él.

Estaba felizmente enamorado de una mujer que me pareció perfecta para ser la madre de mi hija, una mujer que me hablaba de cómo entendía la relación de pareja, abierta y sincera, una mujer que acabó siendo la persona a la que mendigaba besos cada mañana y con la que alguna vez tuve sexo, siendo el resultado lo más bonito de mi vida.

Sucedió hace unos años también que compré el coche de mi vida, un coche que jamás me dejó tirado, que me dotó de libertar, la libertad para llegar dónde nadie había, dónde la madre naturaleza arropaba a su hijo con el silencio de lo natural, un vehículo que me permitía sentir la potencia en mis pies y el control de todo lo que me rodeaba.

En ese sueño tenía un hogar y luego un proyecto de superhogar, un ático con todo lujo de detalles, con bañera de hidromasaje, cama inmensa, sistemas inteligentes de audio y vídeo, sofás de cuero y terrazas chillout.

Pero todo esto tuvo un fallo que sólo con la distancia he podido descubrir: era un sueño y, como dijo Seguridad Social hace años, los sueños sueños son. Pero no fue éste el error, el error no fue el que fuera un sueño, el error fue que no era mi sueño.

Ahora me sorprendo en mi terraza en noche avanzada, observado por esa luna que vela mi desvelo, volando sólo mientras en mis manos se consume un cilindro encendido con sustancias de dudosa legalidad (y cargadas de impuestos) y de repente, a mis cuarenta y pocos tacos, me doy cuenta que soy feliz porque mis sueños se han cumplido.

Soy afortunado pues una princesa, inteligente y bella, tiene a su caballero sargantanero que siempre cuidará de ella, que es su referente en cuanto a valores y maneras de vivir, le gusta jugar a ser cocinera como su papá y me pregunta a menudo porqué el jefe es el que más tiene que trabajar, que si es el jefe debería trabajar menos.

Soy afortunado porque cada día afronto la monotonía de mi día a día como un reto personal, dónde mi mirada busca una sonrisa que responda a la mía o un simple gesto me haga ver que no se ha de perder la esperanza en la raza humana. Me emociono cada vez que Kutxi rasga su voz a ritmo de las guitarras de los Reincidentes recordando cómo empujan los años el carro de la vida o el canto de un loco me recuerda aquellos maravillosos años de naranjito y Chanquete.

Soy feliz porque no quiero un trabajo que me procure estrellas y reconocimientos, sino un lugar dónde hacer aquello que sé hacer para recibir una segura nómina, de manera honrada y honesta, tal y como marcan las normas de este juego llamado capitalismo.

Soy feliz porque, como pude decirle a mi padre el día de su muerte, soy buena persona y honesto y da igual lo que sea dentro de esta «sociedad», soy yo y soy buena gente y eso es lo importante.

En conclusión estoy viviendo mi sueño, el sueño de estar vivo y ser feliz, sería estúpido negar que todo sería más cómodo si la base de la pirámide de Maslow estuviera completa al 100%, pero creo que perdería su encanto, pues como dice mi hermano James, a veces mola más el juego que el premio.

Compadres y comadres, como ya comenté en otro post, no tengo nada y lo tengo todo, es momento (y siempre lo ha sido) de vivir nuestros sueños y no los «socialmente» correctos, pero sobre todo es momento de hacer saber a nuestros príncipes y princesas que no deben permitir que una sociedad canibal y corrupta les robe sus sueños, haciéndoles creer que los espejismos que ella genera son los sueños que han de perseguir.

Con permiso, o sin él, me quedo siendo un indio, aunque sea de marca, sed felices y sed mal@s, es lo único que no nos van a cobrar.

P.D.: y todo esto lo cuento por esa extraña afición del ser humano a verbalizar los sentimientos, al final no dejo de ser un ser humano con un toque personal

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A la valenciana

Frase antológica que un buen amigo me repite cada vez que visita nuestra tierra, él viene del norte y no deja de sorprenderle nuestra manera de vivir y de hacer y lamento reconocer que a mi tampoco.

Llevamos varios días oyendo y leyendo cómo los trabajadores de RTVV declaran y destapan mil fraudes, chanchullos, presiones y decisiones. Conozco a muchos trabajadores de este ente y algunos de los que enarbolan la bandera de la revolución, nada decían cuando estaban en el grupo presidencial viviendo a cuerpo de rey, viajando por todo el planeta conocedores de que eran muchos más de los realmente necesarios, si es que fuera necesario destinar un equipo de 6-8 personas a contar las «hazañas» del «president».

No está de más recordar al Valencia  CF, ese equipo que todos adoraban y alababan su «gran idea» de hacer un nuevo estadio a lo grande, como en Dubai (qué cojons, som valencians!!). Esos mismos ahora critican la deuda multimillonaria en la que han sumido a la ciudad, porque gracias a las relaciones  esa deuda acaba siendo de todos, con intermediación de algún banco, caja o similar. esos mismos ponen el grito en el cielo al ver cómo la pobreza se adueña de su día a día.

O quizás debamos recordar a aquellos que tras las faraónicas obras del metro, la ciudad de las artes y las ciencias o el puente de las flores, justificaban toda la inversión (deuda a día de hoy) diciendo que Valencia estaba muy bonita y que eso traería turistas.

También están los amigos de la Fórmula I, la hípica, el tenis, el padel y una larga lista de eventos que han costado cifras astronómicas a nuestra gente y que nos hacen arrastrar una deuda que nadie sabe cuando terminará de ser pagada.

Todos esos que alababan lo que iba sucediendo son los mismos que ahora ponen el grito en el cielo y así nos va. Amo mi tierra y me siento orgulloso de ella pero, lamentablemente, no me pasa lo mismo con sus gentes.
En estos lares sólo se reacciona cuando la mierda ya no permite respirar, hay que guardar las formas por encima de todo y aparentar que todo está bien, mantener el BMW aunque sea aparcado en el garaje y decir que todo esto pasara. Son muy pocos los que reaccionan, los que abierta y públicamente intentamos agitar conciencias, más allá del mero hecho de quejarse mientras hablas con la vecina de turno en el ascensor. Unos pocos que han salido a la calle a luchar por nuestros derechos (los de todos) y que son mirados como «radicales» por esta rancia sociedad anclada en un sueño que nunca existió y rodeada de lujos que nunca pagó.

Supongo que serán también pocos los que quieran admitir que vivimos en l’horta, que somos una ciudad dónde no hay aristocrácia ni indústria, dónde el turismo cada vez es de peor calidad y dónde se hacen inversiones multimillonarias en castillos de palillos mientras los barrios más tradicionales (cabanyal, carmen,etc.) agonizan por falta de fondos e intereses económicos sin olvidar el resto de barrios abandonados a su suerte.

Si miramos el panorama empresarial la cosa es aún peor, pues estamos rodeados de empresaurios (término desarrollado por un chico majo y no soy yo), esos especímenes grandes en tamaño pero con un cerbero minúsculo que no les deja ver más allá de su palco en el fútbol, su barquito o su correspondiente cena con Pitita o Borjamari, eso sí benéfica que siempre piensan en los demás. Incapaces de adelantarse a los malos tiempos y anclados en sistemas de trabajo del pleistoceno.

Vivimos en la tierra del pensat i fet, del això ho pague jo! y de això es té que arreglar, ja ho voràs y así nos va, pero no todo está perdido, no pienso perder la esperanza en el ser humano y por aquí, de momento, somos humanos, pero hay algunas personas, personas que piensan en los demás, personas que desarrollan proyectos apasionantes y bien estructurados, personas que luchan por cambiar nuestra tierra, que no nuestras costumbres y que defienden nuestra identidad como pueblo, aunque se vea sometida al estado español, pero con identidad propia.  Por esas personas vale la pena seguir luchando, no quiero decirle a mi princesa cuando sea una adolescente que aquí en una tierra tan mediterránea no tiene futuro y que debe de emigrar.

Así que dejemos de discutir si la bandera debe de llevar banda azul o verde, si el puente de las flores tiene que tener gardenias o geranios y empecemos a luchar por lo que realmente importa, nuestro presente y nuestro futuro y desbanquemos a eso ladrones que nos han sumido en la miseria y que día a día se pasean en sus coches oficiales con matrícula de hace un año pavoneándose en los actos culturales como si no fueran posibles sin ellos. ¡Es momento de revolución y ellos son pocos y cobardes!

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De la riqueza de nuestra lengua y la pobreza de sus parlantes

Hace tiempo que quería decir esto y, curiosamente, esta noche me ha inspirado un mensaje de enhorabuena por mi nuevo proyecto. El caso es que llevo 15 años en la hostelería, en concreto en el sector de la restauración y aunque no soy filólogo, ni me considero una persona culta, me fascina la lengua española, al igual que el resto de su cultura, por la riqueza que posee.

Esta piel de toro, esta pequeña península, más africana por sus características que europea, está plagada de cultura popular, la riqueza gastronómica es inagotable. Cada región, cada provincia, cada comarca, cada pueblo y hasta cada hogar tiene su propia receta de algo, aunque luego sus habitantes lo metan todo en el mismo saco, sacando los colores a alguno al escuchar la definición de paella como todo aquello que tenga arroz con algo. Pero resulta curioso que nadie se escandaliza cuando confundimos otros términos referentes a la gastronomía, paso a explicarme.

Llevo todo este tiempo escuchando a gente que me decía: he pasado por tu bar y estaba cerrado, qué bien vives, a lo que yo respondía: ¿a qué hora pasaste?, a las nueve esta mañana me respondían, claro es que no es un bar es un restaurante que es bien distinto era siempre mi respuesta. Nadie espera que un pub abra a las 10 de la mañana, pero se extrañan que un restaurante sólo lo haga en horario de comidas y cenas. Es obvio que vivimos en un país que presume de saber de vinos, pero cataloga a un sumiller como enólogo, los cocineros son chefs y los buenos barmans, camatas, un maître no es más que un camata con corbata y todos los establecimientos de hostelería se engloban en la definición de: cafetería-bar-restaurante-cervecería-taberna-pub-heladería… (y algunos términos más que obvio por vergüenza ajena). Sólo se libran de la criba los recién adquiridos establecimientos de comida rápida importados de una cultura que no es tal, pues apenas tiene 500 años de historia y mucho menos de la gastronómica, pero claro un sitio de esos no es un bar ni un restaurante ni una cafetería: es el borrikin, aunque el estado español le dé la categoría de restaurante en el epígrafe del I.A.E.

No me gustan los términos anglófonos ni francófonos, pero en mi profesión han sido impuestos, pues el restaurante nació en Francia y de ahí han venido muchas de las palabras que usamos a diario, así que sin más dilación os dejo una relación de locales con su correspondiente definición de la RAE, aunque me temo que este pueblo es de gente de bar y nunca entenderán otros términos, eso sí todos saben lo que es un puñetero fuera de juego #lástimadepaís

Bar: (Del ingl. bar ‘barra’). Local en que se despachan bebidas que suelen tomarse de pie, ante el mostrador. Por lo general oferta de tapas, menú diario y platos combinados. Servilletas de servilletero y, en el mejor de los casos, manteles y servilletas de papel (si es que hay mesas).

Cafetería:  Despacho de café y otras bebidas, donde a veces se sirven aperitivos y comidas. No se usan manteles ni cubiertos, sólo los propios de infusiones y bollería.

Taberna:  Establecimiento público, de carácter popular, donde se sirven y expenden bebidas y, a veces, se sirven comidas. Local castizo, con historia y sin mantel, platos,  por lo general, compartidos al centro de la mesa.

Cervecería: Local donde se vende y se toma cerveza. En algunas ocasiones acompañada de tapas, raciones, pinchos, montaditos y demás versiones, uso de tenedor pequeño o en su defecto palillos y brochetas.

Restaurante: Establecimiento público donde se sirven comidas y bebidas, mediante precio, para ser consumidas en el mismo local. De diferentes categorías, pero todos ellos con cuberterías, cristalerías y mantelerías completas, en mayor o menor medida dependiendo de la categoría, existencia de menú y carta en la gran mayoría de ellos.

Pub: No está registrada en el diccionario del RAE, pero os adelanto que es ese local dónde la música anda a toda virolla y al camarera no sabe lo que significa premium, aunque algunos se libren de este último apunte, ¡ah! y sólo abren por la tarde-noche y sin bocadillos.

Se me olvidó comentar la última tendencia de local multiespacio, dónde no sabes muy bien si es mejor comprar el pan congelado y precocido aunque lo vendan cómo «recién hecho» o la última «conserva artesana» de la multinacional de turno, en fin algunos seguiremos luchando por lo artesano y por la diferenciación.

P.D.: Probad a buscar en las imágenes de San Google, el término bar y el de restaurante, igual alguien encuentra la diferencia

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